07 abril 2013

Metamorfosis de mi cuerpo inerte.

Siempre me habían gustado las mariposas. De pequeña observaba cómo los gusanos que mi madre compraba en el mercado rodeaban su cuerpo de una fina seda para más tarde transformarse en una bella y espléndida mariposa. Me quedaba embobada contemplando la explosión de colores que sus alas protagonizaban al volar por el cielo encapotado del mes de octubre. Y al final se marchaban; se iban volando de la caja de zapatos que solía ser su hogar y que mi madre tiraba pocos días después, rompiendo así cualquier rasgo de los gusanos y su posterior mariposa. Hoy me he sentido como uno de esos gusanos. Al igual que ellos, yo estaba encerrada en otra caja, mi propia caja de zapatos que poco a poco se convirtió en mi hogar; un hogar donde podría estar segura. Nada atravesaría ese muro.
"Extraño, tengo miedo". Comencé a darme cuenta de que la caja que me encerraba y me protegía de todo lo malo estaba formada por mis inseguridades. La idea me horrorizaba; volvía a estar sola y desprotegida. Todo se desvanecía, incluso esa seda que era tan calentita y cómoda. Luego llegó él. Se convirtió en esa capa de seda que se había esfumado y que ahora envolvía cada uno de mis huesos. Pero se fue; se fue y se la llevó consigo. Y yo sufrí metamorfosis.
Silencio; sólo se oía el miedo, cómo mi corazón latía lentamente y a continuación se aceleraba. El miedo se apoderaba de mí. "No puedo, ahora no. Tengo que salir de esta caja", pensaba. Accioné mi cuerpo e intenté enderezarme. Lo conseguí. "¿Y ahora? ¿Cómo funciona?. Lo he visto muchas veces, no puede ser difícil", me decía. Imitando a los pájaros, alcé un ala; volví a alzarla. Entonces probé con las dos. "Puede funcionar". Batí con fuerza, una fuerza que no tenía, pero el deseo de salir de allí me daba toda la que necesitaba. Cerré los ojos, batí fuerte y volví a abrirlos: lo estaba consiguiendo, había alzado el vuelo. Intenté mantener el equilibrio. Era más difícil, pero yo podía hacerlo. Ahora sí, me había convertido en una mariposa libre y llena de vida que, después de tanto tiempo sin ver la belleza del mundo, volaba como si el sol no volviese a brillar jamás.
Después de todo, cada etapa de mi metamorfosis se la debo a sus ojos, y ahora el mundo es mucho más bonito.

(He de dar las gracias a Silvia, mi compañera y amiga, por su gran aportación a este fragmento. Gracias S!)

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