Cartas a la Luna.

El sueño se mostraba en sus fracciones faciales, la canción Gone Forever sonaba armoniosamente en el fondo de su habitación, mientras las estrellas brillaban y reflejaban su luz en el papel. Su letra, perfecta y antigua, bordeaba cada parte de las letras, perfilándolas delicadamente. La fina blusa que llevaba se agitaba con la brisa de la madrugada. Cada palabra y cada pensamiento se fusionaban en el papel, creando una extraña comunión. Claramente plasmaba cada sonido que se filtraba por sus delicados oídos en esa carta extraordinaria y especial. A pesar del cansancio y el sueño, más el peso de todo un día sin descansar, seguía ahí, firme en su escritorio, como cada noche, realizando la más importante de sus tareas diarias. No necesitaba café, ni Coca-Cola, ni nada para mantenerse firme a su promesa, la que nunca rompió y nunca romperá. Seguía escribiendo cartas a la Luna, sin importarle que se perdieran en la memoria del viento, sin importarle nada. Solas ella, la Luna y las estrellas, con el viento como melodía y su vieja radio sonando en su habitación. Mientras pasaban los minutos seguía dejando que su pluma se deslizara por el papel anticuado, por esas hojas rotas y decoloradas que había encontrado en su cajón. Mas al terminar aquellas palabras mágicas, aquellos versos espirituales, dejó que el papel se dejara guiar por el viento, que fuera el mensajero de su legado, el que le entregaría, como siempre, sus cartas a la Luna.