11 noviembre 2013

existen almas en el mundo que son reflejo del diablo.

Sus gélidas manos me atraparon en su regazo, haciéndome sentir el fuego; aquel fuego infernal que quema tanto que ahoga. Entonces pude escuchar el débil y deteriorado latir de su corazón, si es que se podía llamar así. Me hizo estremecer, y rápidamente mi cuerpo quedó congelado. Alcé la vista y tuve sensación de vacío, de miseria. Eran sus ojos, que me atraparon en la red de sus entrañas, vacías, desahuciadas en la cárcel del olvido. En ese momento esbozó una tenue y fugaz sonrisa, de ese tipo de sonrisas que te inyectan el miedo en las venas y no lo dejan salir hasta que se hacen con el control de tu cuerpo. Apenas tuve unos segundos para tomar las últimas bocanadas de oxígeno de mi ser, con vida, pues en un gesto efímero y sutil rozó con sus dedos mi pecho y, sin una mísera muestra de dolor o compasión, me arrancó el corazón. Desde entonces vivo sin un motor que sostenga el caos en el que me he convertido. Ahora no soy más que una sombra que vaga sonámbula por los confines de la tierra, intentando encontrar alguna razón que me haga resucitar. 
La culpa es mía, lo sé; debí saber que tú eres ese demonio al que nadie quiere nombrar, y que yo sería tu mejor víctima.

Yo he probado que el demonio no vive atrapado en los infiernos;
 reside en la tierra y hay una parte de él en el alma de todos los humanos.

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